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EL DIALECTO MURCIANO: ¿UNA 
ALJAMÍA HISPANO-ÁRABE? 
 
(artículo publicado en la revista Cangilón, editada por la 
Asociación de Amigos del Museo de la Huerta de Murcia, en Alcantarilla) 
 
José Emilio Iniesta González 
  
 
Fuentes y Ponte afirma en su libro "Murcia que se fue" (1.872) que
en nuestra Región se produjo una fusión del árabe con el castellano-aragonés, 
a partes iguales, dando lugar a una "aljamía", conservándose hasta hoy por los 
huertanos. Fuentes da impropiamente a la palabra aljamía el sentido de 
lengua híbrida de carácter hispano-morisco, insinuando que el murciano fue, al 
menos hasta 1.872, fecha de publicación de su obra, algo más parecido al maltés 
que a un dialecto del español (aclaremos que "aljamía" es el castellano escrito 
en caracteres arábigos). Justo García Soriano, que critica con 
contundencia esta opinión, culpa a Fuentes y Ponte de haber sobrevalorado la 
importancia de la lengua árabe en la formación de nuestro lenguaje regional, 
influyendo así decisivamente en las opiniones de otros estudiosos y cultivadores 
del murciano, como Ramírez Xarria, Alberto Sevilla o el mismo 
Díaz Cassou, para quien el habla de la huerta murciana era, esencialmente, 
"aragonesa-morisca", idea a la que se suma apasionadamente Vicente Medina, 
que en uno de sus poemas de "Aires Murcianos" llega a decir: ¿Qué le 
podría faltar / pa ser morisca a mi tierra? / Pa no faltarle, ni el habla, / de 
palabras moras llena. 
 
En el lado diametralmente opuesto se sitúa Merino Álvarez, que minimiza 
la importancia de los préstamos del árabe al murciano, considerando incluso 
escasos e insignificantes los arabismos existentes en la toponimia de la Región 
Murciana (menos del 3 %, asegura). Próximo a él, aunque más moderado y ecuánime,
García Soriano manifiesta que el árabe influyó, pues, en la formación 
del dialecto murciano mucho menos de lo que generalmente se piensa. Desde luego 
en su vocabulario no predominan, ni siquiera abundan mucho, las voces de origen 
morisco. (...) Aparte las toponimias, no llegan a dos docenas las palabras de 
origen árabe que actualmente se emplean, de un modo único, en el Reino de Murcia. 
Esta opinión es muy importante, pues don Justo es autor de un prestigioso "Vocabulario 
del Dialecto Murciano", libro en verdad clásico e imprescindible para 
quienes se acerquen a esta forma de lenguaje tradicional. Algunos de los 
arabismos genuinamente murcianos que señala el autor son acirundaja, alambín, 
alamín, alfaba, asequí, aciar, alficoz, almajara, azarbe, almaraqueja, margual, 
etc., entre los que hay algún arcaísmo. 
 
Si comparamos un texto en murciano y otro en auténtico lenguaje híbrido 
hispano-morisco, notaremos en seguida las diferencias. Veamos esta estrofa de un 
poema de Vicente Medina. Pertenece a "Mi Casa", poesía inédita 
hasta que la diera a conocer el profesor Brian J. Dendle, de la 
Universidad de Kentucky: Hay cántaros y jarricas, / el zafero 
con su zafa / y, adornando el tinajero, / algún tiesto con alábegas. 
Los cuatro arabismos, señalados en negrita, llenan de musicalidad y dulzura a 
estos versos, sencillos aunque por eso mismo entrañables. El texto siguiente 
corresponde a un zéjel morisco citado por Galmés de Fuentes: Allah 
ya rabí, / ya Muhammad darabí, / ya verdadero annabí, / 
de arabí, de arabí. / Es Allah solo y señero, / de sin 
ningún aparcero, / y Muhammad su mensajero / y el aliçlam es mi 
adín. Sin comentarios. Como ven, los arabismos del zéjel también están 
en negrita, y hemos incluido ya, porque aquí no es adverbio temporal sino una 
interjección árabe. El poema de Vicente Medina no precisa traducción, pero sí el 
zéjel morisco: ¡Oh, Alá, ¡oh, Señor mío! / ¡oh Mahoma, el árabe! / ¡oh 
verdadero Profeta, / árabe entre los árabes! / Alá es solo y único, / con nadie 
comparte (su divinidad), / y Mahoma es su mensajero, / y el Islam es mi religión. 
Sé que la elección de estos dos textos es más que discutible, pues se podría 
haber escogido otro poema de Vicente Medina, o de cualquier otro autor 
regionalista, o bien una soflama o repalandoria en panocho festivo, pero estimo 
que no contendría mayor porcentaje de arabismos. En cuanto al poema morisco (un 
poco mayor en extensión que la cuarteta de romance de Medina), admito que, al 
ser de naturaleza religiosa, contiene fórmulas arábigas de carácter ritual (el 
equivalente a los llamados "latinajos" de ciertas oraciones y fórmulas jurídicas 
nuestras) además de nombres propios; pero mi intención es mostrar, aunque sea 
convencionalmente y de forma meramente aproximativa, lo que debió de ser un 
lenguaje híbrido hispano-árabe como el aludido por Fuentes y Ponte. 
 
Un análisis superficial daría totalmente la razón a J. García Soriano. 
Pero sus afirmaciones son en parte cuestionables, primero porque su vocabulario, 
aunque sea uno de los mejores que se hayan realizado sobre el murciano, es 
incompleto y no recoge bastantes de las palabras que aparecen en otras obras 
dedicadas a recopilar nuestro léxico regional, lo que se aprecia al consultar el 
excelente "Vocabulario Murciano" de Alberto Sevilla o el más 
reciente (discutido y también por muchas razones discutible, pero interesante) "Parablero 
Murciano" de Patricio Molina (alcacel, galví, almudí, etc.), y 
sobre todo el extraordinario y recentísimo "Diccionario popular de nuestra 
tierra (Así se habla aquí)", de Antonio Sánchez Verdú y Francisco 
Martínez Torres; y segundo, porque García Soriano incluye en su obra 
palabras cuya etimología omite acaso por desconocimiento, pero que resultan ser 
arabismos (jaricar, merancho, leja, algaidonar, albellón, rafa, aladroque, 
y muchas más), cuyo étimo, o no aparece o está equivocado o se atribuye 
erróneamente al latín. Aunque no lo reconozca, a su autor le sucedía lo mismo 
que afirmaba Alberto Sevilla: en el murciano hay enraizadas muchas 
voces que pronunciamos sin que nos demos cuenta de su origen musulmán. De 
modo que las dos docenas escasas de "arabismos genuinamente murcianos" pueden y 
deben multiplicarse al menos por diez, o quizás por más si nos atenemos a 
ciertos textos y al vocabulario de algunas profesiones. 
 
Me es imposible calcular o "alfarrazar" (¡maravilloso arabismo!) unos 
porcentajes y unas cifras del total de arabismos dialectales murcianos, tanto de 
los exclusivos (e inencontrables, por tanto, fuera de la Región), como de 
aquéllos que, aun existiendo en otras hablas, se usan preferentemente en la 
Comunidad Murciana, sin desdeñar tampoco las voces que figuran en el 
Diccionario de la Real Academia con el calificativo de "murcianismos", y 
hasta aquéllas que presentan cambios semánticos en estas tierras (v.g. 
zamacuco). Señalemos para el murciano lo que tan acertadamente escribe 
Zamora Vicente respecto del andaluz: abundan en el léxico andaluz los 
arabismos, pero sin que se pueda asegurar una preponderancia. Así que, si 
bien el dialecto murciano no es, ni mucho menos, la "aljamía hispano-árabe" 
a la que aludía Fuentes y Ponte, creemos que el árabe ha tenido más importancia 
de la señalada por García Soriano, sobre todo si pensamos que lo más interesante 
de nuestro dialecto es precisamente ese conjunto de voces arábigas (sustantivos 
casi en su totalidad) que "matizan" ciertas áreas de su vocabulario. 
 
Los arabismos han sufrido en el castellano una profunda evolución, como norma 
general, dado que las palabras arábigas entraron en nuestra lengua durante la 
Edad Media, y por tanto participaron de los profundos cambios fonéticos que 
sacudieron a un idioma español aún no definitivamente consolidado ni 
estabilizado. Frente a esto, los arabismos murcianos, en especial los más 
genuinos, muestran bastante fidelidad a su lengua original. Si algunos definen 
al dialecto murciano como un "castellano mal dicho", una parte de su vocabulario 
sería, por contra, un árabe aceptablemente pronunciado. Un ejemplo: el 
murcianismo alhábega (o alábega) no es una deformación del 
castellano albahaca, sino una adaptación a nuestra fonética del árabe 
al-hábëqa, teniendo en cuenta que el fonema q solía dulcificarse en 
andalusí y sonaba como g suave. La pronunciación del árabe hispánico, 
pues, sería al-hábega, con una h aspirada, eso sí, que el murciano 
no ha conservado (tironcico de orejas en esto, pero sólo en esto). Otra muestra 
es atoba. No se trata de una mala dicción de adobe, sino, por el 
contrario, de una más que decente versión del arábigo at-tûba (en esta 
palabra árabe, la u suele pronunciarse como o, pues esa t 
es de las llamadas enfáticas). Ni tampoco albercoque es deficiente 
articulación de albaricoque, sino una bastante fiel acomodación a nuestra 
fonética de al-berqûq, palabra que los árabes tomaron del latín, y que, 
¡curiosidades de la lingüística!, hoy significa "ciruela" en casi todos 
los dialectos árabes modernos. En cuanto al murcianismo nucla (de donde 
vienen esnuclar y esnuclarse), es más fiel a la etimología árabe 
original (nukra) que el castellano nuca: el paso de l a 
r es normal en los arabismos, piénsese si no en tecla (del ár. 
hispánico têkra). Y lo mismo decimos de taibique. Al igual que 
tabique procede del árabe tashbîk: la i de taibique 
podría ser considerada como una vocalización de sh (el sonido prepalatal 
de la sh inglesa o la ch francesa), estando atestiguado en 
castellano medieval la arcaica forma taxbique. 
 
Destaquemos cómo algunos arabismos han mantenido su sentido original en el 
ámbito dialectal murciano, como sucede con la voz arrecife, usada por 
Vicente Medina con el sentido de "camino empedrado", que por otra parte 
coincide con la primera acepción que de esa palabra nos da el Diccionario de 
la Real Academia. Hoy para la práctica totalidad de los hispano-hablantes 
esa palabra tiene sólo el sentido de "banco de escollos formado por rocas o 
madréporas", pero hagamos constar que "arrecife" procede del árabe 
raçîf (o ar-reçif), que significa "calzada, empedrado, camino 
adoquinado, acera, muelle portuario, malecón, espigón", e incluso más 
modernamente "andén". Dentro del ámbito hispánico, el murciano ha conservado con 
gran fidelidad el significado originario de ésta y de otras voces árabes. De 
otro lado, palabras tan rotundas y tan murcianas como jametería, aljorre, 
ceje, leja, etc., además de topónimos como Aljorra, nos hacen suponer 
que, o bien entraron en nuestras hablas a finales del siglo XVI o principios del 
XVII (y por tanto serían morisquismos), o bien el castellano que se habló por 
aquí mantuvo durante siglos rasgos fonéticos muy influidos por la lengua 
arábiga. Eligiendo cualquiera de esas dos posibilidades nos topamos con el 
problema morisco. Ciertas comunidades moriscas debieron de conservar en Murcia 
su lengua árabe (cada vez más degradada, cada vez más próxima a una jerga 
coloquial) hasta el momento de la expulsión; sumemos a ello la presencia de 
numerosos moriscos granadinos (arabófonos en su práctica totalidad), y la 
posible influencia de los moriscos survalencianos, también hablantes de la 
algarabía. 
 
Algunos murcianismos para los que nadie ha propuesto etimología podrían 
explicarse a través del árabe (gelepa o jelepa, guajerro, entina, 
etc.). Por ejemplo jelepa (creemos que ésta debería ser su ortografía) 
tal vez proceda de la raíz y·l·f (*yelifa o *yelefa: 
raspadura, migaja, pizca); es casi seguro que guajerro procede del árabe, 
concretamente de la raíz w·y·r (que también ha dado guájar y 
guájara), etc. Sea como fuere, en Murcia se han conservado verdadera joyas 
lingüísticas que nadie se ha dignado valorar nunca. Hablo de la ya mencionada 
jametería, que significa "adulación", y que se relaciona con el adjetivo 
jametero (adulador, pelotillero), derivado de la misma raíz. Son ejemplos de 
voces híbridas: raíz árabe y desinencia romance; palabras mestizas para un 
pueblo murciano mestizo y por ello eternamente incomprendido. Jametería 
procede de hammada (elogiar con exceso, adular, hacer la pelota a 
alguien), forma segunda de hámida, alabar, de donde procede el nombre 
propio Muhámmad (Mahoma, esto es, "alabadísimo") o el sustantivo hamdu 
(alabanza, gloria), que entra en la piadosa jaculatoria coránica al-hamdu li-L·lâh 
(gloria a Dios o gracias a Alá, como prefieran), tan emblemática para los 
musulmanes. 
 
Una de las características del dialecto murciano es la gran cantidad de 
"metátesis" que suele presentar su vocabulario. La metátesis es el cambio 
de lugar de uno o más fonemas (sean vocales o consonantes) dentro de la misma 
palabra: v.g. estauta (por estatua), estógamo (por estómago), 
trempano (por temprano), etc. Este fenómeno, propio también del español 
vulgar, tiene en Murcia un probable origen aragonés, pues dicho dialecto 
hispánico es el que más metatiza (craba en vez de cabra, etc.). Lo 
curioso es que los arabismos murcianos apenas se ven afectados por dicha 
metátesis, a diferencia de lo que sí ocurre en el castellano culto: albahaca 
es metátesis; alhábega, no. La gran excepción sería la archipopular 
cieca (árabe sâqiya), aunque esta forma ha convivido con cequia 
(más fiel al árabe que "acequia"); la forma cieca quizás se explica por 
lo frecuente que es el diptongo ie en los dominios de la lengua 
castellana y sus dialectos. Otro caso como arraclán, "alacrán" (árabe 
al-aqrab), procedente del castellano arcaico, usándose aún hoy esta voz en 
el norte de Castilla-León: palabra importada, pues, y no arabismo autóctono, e 
igual cabría decir de arracada. 
 
Otra cuestión es la existencia en el murciano de los llamados "falsos 
amigos", en forma de supuestos vulgarismos que en realidad son arabismos 
difíciles de reconocer. Rafa (de la locución hacer rafa) no es una 
mala pronunciación de "raja", sino que, como ya demostró Díaz Cassou, se 
trata de una voz derivada del árabe rafa'a, con el sentido de alzar o 
elevar: al hacer rafa, en efecto, se eleva el agua para que ésta se 
desborde y riegue los bancales. Ajorrar no es metátesis de "arrojar": 
procede de la palabra árabe yarra (yurru), "arrastrar"; ajorrar 
significa, en efecto, arrastrar algo pesado, en especial troncos o rocas. 
Tampoco rauta es mala pronunciación de ruta, ni mucho menos 
palabreja inventada por los panochistas, entre otros casos porque se 
trata de un sonoro arcaísmo de la lengua castellana, utilizado entre otros por
Cervantes; mientras que ruta viene de latín, rauta procede 
del arábigo rabta, y se debe emplear en la expresión "tomar o coger la 
rauta" (con el sentido de iniciar la marcha). Y acaso el término panocho, 
que designa al habitante de la Huerta, no tenga su origen en la panocha de maíz, 
a pesar de las apariencias, sino en el árabe banuch (autóctono, indígena, 
el enraizado en su tierra). 
 
Al final de su obra La poesía popular murciana en Vicente Medina, Mª 
Josefa Díez de Revenga incluye un vocabulario de algo más de 600 voces 
murcianas usadas por el escritor archenero, de las que unas treinta son 
arabismos. Los amigos de las matemáticas y las estadísticas ya habrán 
mentalmente calculado que se trata de un 5 % tan sólo, lo que contradice la 
afirmación del propio Medina de que el lenguaje murciano está "lleno de palabras 
árabes". Y aunque sea sensiblemente mayor la cantidad de arabismos contenida en 
los vocabularios de J. García Soriano y Alberto Sevilla, y sobre todo en ese 
extraordinario Diccionario popular de nuestra tierra de Antonio Sánchez y 
Francisco Martínez, sin duda la mejor obra sobre el tema publicada hasta la 
fecha, no creemos que el murciano haya sido una "aljamía" hispano-morisca 
en los tres últimos siglos. Cosa bien distinta es que sean los 
arabismos la parte más interesante del léxico murciano, y acaso la más 
característica y hasta entrañable, además de su indiscutible interés filológico: 
es muy revelador que el gran arabista alemán Arnald Steiger mostrara un 
gran interés por la toponimia murciana y el vocabulario de nuestro dialecto. 
 
Acabo mi artículo señalando una curiosidad: la palabra "hucha" tiene en la 
Región Murciana dos sinónimos fundamentales, alcancía y almajarra.
Alcancía es una voz castellana de origen árabe: de kanz, tesoro, 
viene alcancía, el recipiente para guardar "tesoros". Mucho más autóctona 
y curiosa es la palabra almajarra, recogida por A. Sánchez Verdú y
F. Martínez Torres. Almajarra (menos usada pero más propia) es 
palabra derivada del árabe yarra, jarra, recipiente, vasija. No creemos 
que proceda de almarraja (al-marashsha, la regadera), vasija de 
vidrio para rociar (rujiar, en murciano), pues el sentido no coincide, y 
sería necesaria una violenta metátesis. El prefijo ma- significa en árabe 
"lugar". La al-mayarra (almajarra) es una yarra (jarra) muy 
especial, como lugar en donde se deposita o almacena el kanz (el dinero, 
los cuartos, o sea, los presuntos y hoy por hoy "fallutos" euros). 
 
 
BIBLIOGRAFÍA 
 
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Madrid, 1.992. 
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