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A mediados del siglo XII, Castilla
y Aragón se encontraban en situación pujante respecto a su expansión hacia el
sur peninsular. Tras las conquistas de Toledo y Zaragoza por parte de uno y otro
reino, respectivamente, se hubiera pensado que había llegado el delicado momento
de plantearse límites futuros de conquistas y fronteras entre esas dos potencias
cristianas. Con Portugal encajonado en el oeste y el fuerte Reino de Granada
reservado para Castilla, únicamente los débiles reinos de taifas del este y
sureste español se prestaban a ser domeñados con facilidad por Aragón o
Castilla.
Castilla se expandía por Andalucía, incluyendo en su haber plazas de la
importancia de Baza y Córdoba, mientras Aragón ensanchaba su flanco occidental y
meridional al tomar Lérida, Fraga y Tortosa, rebasando la desembocadura del Ebro.
Se imponía entonces un acuerdo entre los dos poderes expansionistas y así, en
Tudilén (Navarra), el 27 de enero de 1151, se estableció el acuerdo entre Ramón
Berenguer IV de Aragón y su cuñado, Alfonso VII de Castilla, por el cual
Valencia, Denia y Murcia pasaban a las pretensiones de Aragón, mientras Castilla
se reservaba los estratégicos castillos de Lorca y Vera. Poco después, en el
tratado de Cazola en 1179, Alfonso VIII, nieto de Alfonso VII de Castilla, y
Alfonso II de Aragón, volvían a definir las fronteras aún no reconquistadas.
Esta vez Aragón renunció a Murcia y a Orihuela, la antigua sede de la cora de
Todmir. La línea, imprecisa, pues ni aragoneses ni castellanos estaban
familiarizados con aquella área, pasaba por el puerto de Biar y dejaba para
Castilla las plazas de Villena, Sax, Novelda, Catral, Elche, Orihuela, Alicante,
Murcia y Cartagena.
Pero todavía sesenta años después, esa línea volvería a alterarse en el nuevo
tratado de Almizra. En este lugar, conocido hoy como El Campet de Mirra y en la
actualidad dentro del partido judicial de Villena, Alfonso X el Sabio,
representando a su padre, Fernando III el Santo, se reunió con su futuro suegro
Jaime I el Conquistador a finales de marzo de 1244. En un tira y afloja en el
que se invocaba el tratado de Tudilén, el cual fovorecía a los aragoneses, y el
más reciente pacto de Cazola por el que argüían los castellanos, los
negociadores castellanos llegaron a recriminar la ausencia de dote con que
llegaba Doña Violante, la hija de Don Jaime, a las nupcias con Alfonso X,
tratando así de obtener la importante plaza de Játiva como ofrenda nupcial. Al
final, y tras subterfugios sangrientos de uno y otro bando para obtener plazas
ya sometidas a Castilla o a Aragón, se tuvo que firmar otro acuerdo a fin de
evitar la guerra abierta entre esos dos reinos. De esta manera, se ratifica
prácticamente el previo tratado de Cazola, favorable a Castilla, con la salvedad
de que ahora la línea costera terminaba en Villajoyosa y no en Calpe, lo que
representaba tan sólo una ligera ganancia territorial para Aragón.
Establecida la soberanía castellana sobre el Reino de Murcia, faltaba aún una
repoblación cristiana efectiva. Así, pues, la rebelión llevada a cabo por los
musulmanes en 1264 trajo consigo un nuevo replanteamiento de la acuciante
necesidad colonizadora. En 1266, Jaime I asentó 10.000 hombres de armas para
repoblar las tierras y al servicio del adelantado de Castilla, don Alfonso
García. Aunque esta cifra parece excesiva, la crónica de Alfonso X explica que
"porque non podia aver gente de la su tierra que la poblasen, vinieron y e
poblaron muchos catalanes de los que eran venidos a poblar en el reino de
Valencia". Similarmente, las crónicas catalanas se ocupan con mayor o menor
detalle de estos acontecimientos. El cronista más explícito en este sentido fue
Ramón Muntaner, el cual aparece citado profusamente en estudios referentes a la
influencia lingüística catalana en el murciano a raíz de su comentario sobre el
catalán hablado en Murcia en su Crònica. "E com la dita ciutat hach presa e
poblada tota de cathalans, e axi mateix Oriola e Elx e Guardamar e Alacant e
Cartagena e los altres llochs; si que siats cert, que tots aquells qui en la
dita ciutat de Murcia o els davant dits llochs son poblats, son vers cathalans e
parlen del bell catalanesch del mon" (ed. Coroleu 1886, cap. XVII, pág. 49).
La documentación fundamental para conocer el origen de los repobladores de las
vegas murcianas es el Repartimiento de Murcia, años 1271-73, cuya edición llevó
a cabo Torres Fontes (1960) y comentó (1971). Gual Camarena realizó un estudio
exhaustivo sobre los apellidos y origen de los repobladores cristianos, el cual
reafirma la hipótesis de una mayoría catalana repobladora. También menciona a
los "neovalencianos" (Valencia se había reconquistado no hacía más de cuarenta
años), provenzales y un mallorquín. Por lo que respecta a los aragoneses, es
aparente la dificultad de diferenciar la onomástica castellana de la aragonesa,
por lo que este autor se limita a incluir únicamente el número de aragoneses de
los que se indica su procedencia. Menciona también el número de conversos,
navarros, genoveses, lombardos, judíos y gentes de otras nacionalidades. El
balance estadístico es, en definitiva, favorable a la presencia catalana:
Catalanes ...........................................1.108 (39%)
Aragoneses .......................................... 105 (3%)
Otros Corona de Aragón .......................... 70 (2%)
Total Corona de Aragón ....................... 1.283 (45%)
Castellanos ........................................... 517 (18%)
Desconocidos ........................................ 504 (17%)
Musulmanes .......................................... 563 (16%)
Otras procedencias .................................. 68 (2%)
Total pobladores .................................. 2.835
Las rencillas entre Castilla y Aragón sobre la fijación de fronteras no
terminaron con la repoblación de Murcia. La lucha civil en Castilla entre los
infantes de la Cerda y el rey Sancho IV propició que en el 1289 el infante
Alfonso de la Cerda entregara el Reino de Murcia a Aragón, cuando en realidad el
rey de jure castellano era Sancho IV. Espoleado por ese precedente, en 1296
Jaime II, nieto de Jaime I el Conquistador, emprendió la conquista del reino
murciano. El hecho de que Lorca no se tomara hasta finales del año 1300, cuando
el cerco había comenzado en mayo de 1296, demostraría la encarnizada resistencia
que encontró Jaime II. Por fin, en 1304, y por mediación del rey Don Dionís de
Portugal, el conflicto castellano-aragonés llegó a su fin. Una vez más se dibujó
la línea fronteriza, ahora con sustanciales ganancias para Aragón, que recibió
la ribera izquierda del Segura y la cuenca del Vinalopó, incluyendo plazas como
Villena, Alicante, Elche, Orihuela y Guardamar. Otro tratado, el de Torrellas,
vino a establecer la línea divisoria que aproximadamente se utilizó siglos más
tarde para delimitar las provincias de Alicante y Murcia en 1833. De cualquier
manera, la etapa aragonesa de Jaime II (1296-1304) trajo consigo el catalán como
lengua cancilleresca y probablemente aumentó el número de catalanes que se
trasladaron a Murcia.
Lingüísticamente, la mayoría de los medievalistas murcianos suponen una etapa
políglota catalano-castellano-aragonesa con una castellanización progresiva y
lenta. No obstante, Menéndez Pidal, notando que Muntaner escribió su crónica en
1335, 69 años después de la entrada de Jaime I, rechazó la veracidad de las
afirmaciones de Muntaner acerca del apogeo del catalán en Murcia y sugirió que
el aragonés debió ser la lengua escrita por aquellos catalanes.
Los siglos que siguieron fueron de completo control castellano. En siglos
posteriores, la mengua de las poblaciones mudéjares representó el aumento de
repobladores castellanos en Murcia, proceso que culminó con la expulsión de los
moriscos en 1609. Todavía a principios del siglo XVIII se produjo otra
colonización masiva cuando fueron secadas las marismas y almarjales cercanos a
la desembocadura del río Segura, y se establecieron las Fundaciones Pías del
Cardenal Belluga. Este proyecto, que libró aquel terreno de aguas estancadas
convirtiéndolo en labrantíos, trajo consigo la fundación de los pueblos de San
Felipe Neri, Los Dolores y San Fulgencio. Más de mil murcianos se trasladaron a
estas nuevas localidades. El resto de los pobladores procedía mayoritariamente
de lugares vecinos como Almoradí, Catral y Orihuela, así como del resto de
España. Por otra parte, y a raíz del triunfo de Felipe V, se proclamó en 1707 el
Decreto de Nueva Planta, el cual impuso uniformidad política y lingüística según
las leyes de Castilla a todos los reinos de España. |